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domingo, 13 de marzo de 2011

Frágil y amarilla

                                                        (Para V. G. Ocaña)


Algunos amaneceres
son como nonagenarias roñosas
colgadas
del vacío.

Otros, los habrás visto,
son cables de cobre deshilachado
entre el tendido eléctrico,
frígidos.

Pero a media mañana todo se vuelve vano,
del color de las flores más odiosas,
demediado
y sin un solo atisbo de belleza.

Cuando brota la tarde, ¿quién espera
que el día se levante?
La rabia ya camina
por calles y campos.
                                Mareas.
                                             Nubes...

La gris desesperanza,
esa señora de blusa estampada
que se vomita entre monotonías
destempladas.

Pero anochece al fin, y todo un mundo
espera tu llamada.
Una vida colgando de tu móvil,
tensando el arco de las negaciones.

Eso es amor,
un amasijo tenso de emociones
que impide despreciar
una existencia frágil y amarilla.

Berenice

                                                                     (Verónica)



Y, sin tocarla, acariciar la Rosa...


Oculto en lo más hondo
de ti, en la oscuridad
hiriente que yo no logro arañar,

en lo más vivo,
                         escondes el secreto.



Las ansias de vivir que no he tenido nunca,
tu irrenunciable sed de movimiento...
¿Algo te empuja?

                              Ese reloj de sol...
                                                           Si yo supiese...



¿Cómo puedo lograr que cada aurora
te recuerde el camino hacia mi casa,
inexorablemente?

La espera desagrada
                                 cual rechinar de dientes.


¿Y cómo aprehender tanta belleza,
cómo inhalar la esencia de la Rosa
en la distancia?

(La Rosa de la Idea,
                                la intensa Flor Azul).



En fin, lo sabré nunca.
Pero aún me queda el fuego de tus labios
y tu vello erizado;

algunas de las pruebas
                                   de que mi yo te gusta.



Ahora, descansa y hazte fuerte.
Y ríete si quieres
de mi socrática ignorancia.

Tu secreto
                  está a salvo contigo.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Vigilia

                                         (Para Verónica)


La noche se mece en su vieja luna
mientras llora rocío,
ese silencio húmedo,
y los grillos dan voz a la melancolía.

Siempre habrá quien vigile el tumulto lumínico
del cielo estrellado sobre la tierra,
ese océano seco.
Siempre habrá quien no duerma.

Nubes parsimoniosamente etéreas
se cruzan entre sí con su vapor marino,
esa agüilla sin sal,
negándose el saludo.

 Y allá, a lo lejos, el horizonte,
inaccesible y frío.
Esa molicie inmóvil
me produce un súbito escalofrío;

y pienso en la muchacha de ojos tristes
que trae la luz del alba debajo de su axila,
y en su cuerpo feroz,
carnal dehesa donde pacen besos.

sábado, 9 de octubre de 2010

No quiero no quererte

                                                              (Para Verónica Grandal Ocaña)

Tiñes de azul inmensas negritudes
y fabricas estanques
en medio de desiertos inhumanos

En tu perfil acuático se zambullen mis ojos
alegres como peces
que esquivan fieramente las redes del engaño

Cuando por fin me limpias
sacudes de mi cuerpo humanas soledades
hirentes y afiladas entre ortigas

No puedo no quererte
si vacías en mí tu desengaño
si derramas tus ansias de vivir en mi vida

Dulce sirena de mirada triste
tus manos cavan en mi carne en busca
de un corazón que llevarte a la boca

No quiero no quererte
No quiero no poder ser humo en tus cenizas
para arder abrazado a tu sonrisa

A veces

                                        (Para V. G. Ocaña)

A veces
me derramo en ti
como cera candente;
como si
ya no fuese un yo
hecho y derecho. A veces
me diluyo en tu piel
dejándome ir
camino de tu vientre.

A veces
soy tu boca o tus labios
o tus ojos, tus pechos;
soy, a veces, tu ira,
y, a veces, tu techo.
Yo quisiera ser tú
pero no puedo.

Otras veces
quisiera ser la esencia de tu beso,
la palpitante yema
de tus dedos,
o la escondida flor
de tu deseo.
Y otras veces, quizás,
tu incógnita o tu miedo.

Pero,
a veces,
sólo quiero ser yo
sencillamente.
Para poder besar
tu ausencia en mi lamento.

Aproximación al amor de carne y hueso

                                                                 (Para Verónica)

El amor: un fin de semana eterno.
Marchitará sus flores
quizás, el tiempo. O, también quizás,
abrebará sin piel en el Leteo.

Todo eso importa poco
ahora. No están marchitas aún
las flores de tus pechos.

Y tu piel seguirá siendo invadida
por las yemas candentes de mis dedos,
mientras bebo la vida
directamente de tu boca abierta.

Yo me vacío en ti
y tú me llenas con tu aliento etéreo.
Es la pura verdad,
lo vi escrito en tu cuerpo.

Bajo la antorcha de tu paso serio
trazaré la ruta por la que andaremos.

Vaivén

                                                           (Para Verónica Grandal)


El vaivén de tu pelo
azotado por un viento inclemente.
Yo, con cada cabello,
asesino una duda descarnada.

El vaivén de tus pechos
que se inclinan sonrientes hacia el cielo.
Y yo en cada pezón
descubro un secreto cotidiano.

El vaivén de tus piernas
que, infatigables, mecen al viajero
que horada el camino
y se aprende de memoria la senda.

El vaivén de tu mente
donde bailan, salvajes, el deseo, el olvido,
una danza de sables.
Ahora estoy en tu mente, redivivo.