(Para Verónica)
La noche se mece en su vieja luna
mientras llora rocío,
ese silencio húmedo,
y los grillos dan voz a la melancolía.
Siempre habrá quien vigile el tumulto lumínico
del cielo estrellado sobre la tierra,
ese océano seco.
Siempre habrá quien no duerma.
Nubes parsimoniosamente etéreas
se cruzan entre sí con su vapor marino,
esa agüilla sin sal,
negándose el saludo.
Y allá, a lo lejos, el horizonte,
inaccesible y frío.
Esa molicie inmóvil
me produce un súbito escalofrío;
y pienso en la muchacha de ojos tristes
que trae la luz del alba debajo de su axila,
y en su cuerpo feroz,
carnal dehesa donde pacen besos.