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sábado, 9 de octubre de 2010

No quiero no quererte

                                                              (Para Verónica Grandal Ocaña)

Tiñes de azul inmensas negritudes
y fabricas estanques
en medio de desiertos inhumanos

En tu perfil acuático se zambullen mis ojos
alegres como peces
que esquivan fieramente las redes del engaño

Cuando por fin me limpias
sacudes de mi cuerpo humanas soledades
hirentes y afiladas entre ortigas

No puedo no quererte
si vacías en mí tu desengaño
si derramas tus ansias de vivir en mi vida

Dulce sirena de mirada triste
tus manos cavan en mi carne en busca
de un corazón que llevarte a la boca

No quiero no quererte
No quiero no poder ser humo en tus cenizas
para arder abrazado a tu sonrisa

A veces

                                        (Para V. G. Ocaña)

A veces
me derramo en ti
como cera candente;
como si
ya no fuese un yo
hecho y derecho. A veces
me diluyo en tu piel
dejándome ir
camino de tu vientre.

A veces
soy tu boca o tus labios
o tus ojos, tus pechos;
soy, a veces, tu ira,
y, a veces, tu techo.
Yo quisiera ser tú
pero no puedo.

Otras veces
quisiera ser la esencia de tu beso,
la palpitante yema
de tus dedos,
o la escondida flor
de tu deseo.
Y otras veces, quizás,
tu incógnita o tu miedo.

Pero,
a veces,
sólo quiero ser yo
sencillamente.
Para poder besar
tu ausencia en mi lamento.

Aproximación al amor de carne y hueso

                                                                 (Para Verónica)

El amor: un fin de semana eterno.
Marchitará sus flores
quizás, el tiempo. O, también quizás,
abrebará sin piel en el Leteo.

Todo eso importa poco
ahora. No están marchitas aún
las flores de tus pechos.

Y tu piel seguirá siendo invadida
por las yemas candentes de mis dedos,
mientras bebo la vida
directamente de tu boca abierta.

Yo me vacío en ti
y tú me llenas con tu aliento etéreo.
Es la pura verdad,
lo vi escrito en tu cuerpo.

Bajo la antorcha de tu paso serio
trazaré la ruta por la que andaremos.

Vaivén

                                                           (Para Verónica Grandal)


El vaivén de tu pelo
azotado por un viento inclemente.
Yo, con cada cabello,
asesino una duda descarnada.

El vaivén de tus pechos
que se inclinan sonrientes hacia el cielo.
Y yo en cada pezón
descubro un secreto cotidiano.

El vaivén de tus piernas
que, infatigables, mecen al viajero
que horada el camino
y se aprende de memoria la senda.

El vaivén de tu mente
donde bailan, salvajes, el deseo, el olvido,
una danza de sables.
Ahora estoy en tu mente, redivivo.