(Para V. G. Ocaña)
Algunos amaneceres
son como nonagenarias roñosas
colgadas
del vacío.
Otros, los habrás visto,
son cables de cobre deshilachado
entre el tendido eléctrico,
frígidos.
Pero a media mañana todo se vuelve vano,
del color de las flores más odiosas,
demediado
y sin un solo atisbo de belleza.
Cuando brota la tarde, ¿quién espera
que el día se levante?
La rabia ya camina
por calles y campos.
Mareas.
Nubes...
La gris desesperanza,
esa señora de blusa estampada
que se vomita entre monotonías
destempladas.
Pero anochece al fin, y todo un mundo
espera tu llamada.
Una vida colgando de tu móvil,
tensando el arco de las negaciones.
Eso es amor,
un amasijo tenso de emociones
que impide despreciar
una existencia frágil y amarilla.